viernes, 9 de marzo de 2012

CONFESIONES EN UN DIARIO


No sabía lo que ocurriría tras el gran silencio que sucedió después de aquella acción extraña. Todo estaba oscuro, no podía ver nada, y solo recordaba un estruendoso sonido y, tras el, la calma. Pude abrir los ojos y pude observar que me encontraba en el suelo, medio muerto, además de ver todo el destrozo que había causado… ¿La explosión? Sí. Creo que fue eso. Pero era extraño, podía ver la escena con claridad, pero en cambio, todo estaba en silencio, ni un grito de angustia, ni una mísera alarma de coche… No se oía nada. Era como si todo continuara igual, pero sin sonido, como si se hubiera evaporado, como si todo aquello que pudiera sonar no existiera o simplemente, no pudiera ser capaz de producir ni siquiera un pequeño murmuro. Mi voz, ¿Qué le pasaba a mi voz? No podía articular palabra alguna, podía ver como movía los labios, pero ninguna letra salía de mí. Entonces fue cuándo vi a la policía aparecer delante de mí, apuntándome con pistolas y rifles. Creo que me estoy acordando de algo, sí. Ya me acuerdo. Llamarme loco y asesino, pero aquel día hice volar por los aires el orfanato de mi ciudad, dónde me crié. Tuve que hacerlo, ese lugar me daba asco, abusaban de mí día y noche y tuve que acabar con ellos. Desgraciadamente, no pude alejarme lo suficiente…
Recuerdo una y otra vez esta historia. Las imágenes se reproducen en mi cabeza hora tras hora, minuto tras minuto, y aunque estoy muy orgulloso de lo que hice, se me sigue estremeciendo el cuerpo, mi respiración aumenta y mi corazón se quedaba helado durante unos tristes segundos. Muerto. Así me quedaba. Muy poco tiempo, pero así era. Mi alma se escapaba de mi cuerpo cuál pájaro huye del fuego del infierno. Aunque, al final, siempre volvía a él. Parece que después de todo, podría quedar una pequeña parte benevolente dentro de mí, no una cualquiera, sino esa que intenta luchar todo lo posible para que mi mente perturbada no pueda mandar sobre mi cuerpo…
 Cada día que pasa es un infierno, siento que estoy muerto, que ya nadie puede salvarme. Estoy asfixiado, sin salida, atrapado, con el agua hasta el cuello y, en parte, así era: me estaba ahogando, sí, pero en un mar de problemas. Pero ya nada se puede hacer por mí, nada se puede hacer para remediar lo ocurrido, así pasó, y así me he quedado. Nada puede cambiar el presente: soy el único preso sordo de la cárcel, y eso me pasa factura día a día. Mi consuelo es que confesarlo todo en este diario es lo único que me ayuda a superar esa tortura y salir hacia delante.

Martes, Séptimo día de presidio.

2 comentarios:

  1. joder andres que es esto :) de samuel

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  2. Andrés me gusta mucho como escribes y la manera de expresar los sentimientos del preso, espero que nunca te canses de escribir porque visto lo visto, tus relatos merecen la pena ser leidos. (Marcos)

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