viernes, 23 de marzo de 2012

NO TE VALLAS

Era un día cualquiera, uno de tantos. Como todos. Sin embargo, algo rompía aquella monótona sucesión de minutos y horas. Una, digamos, ¿sensación? Sí, creo que así lo llamare. Pero ya esta bien. Me dejaré de este tedioso fluir de palabras –tan tedioso como mis días-  y os contaré mi historia:
Todo empezó un buen día de otoño, justo un mes después del accidente. Fui a trabajar, como de costumbre, luego, comí en un bar, y regresé a casa con toda tranquilidad. Tenía mucho trabajo atrasado, y me dispuse a hacerlo, pero no pude empezar. Los recuerdos venían a mi mente, pero yo no quería sumergirme en mis odiosos pensamientos, yo prefería trabajar a atormentarme con ideas innecesarias. Intenté pensar en otra cosa, pero aquel recuerdo no lograba irse de mi mente e incluso cuanto más intentaba pensar en otra cosa, más fuerte se hacía ese sentimiento. Al final, dejé que esos recuerdos navegaran por mi mente, cual barco que viaja a la deriva sin rumbo alguno.
No quería recordar porque, cada vez que lo hacía, mi mente se nublaba de problemas y pequeños sollozos, que salían al exterior mediante grandes lágrimas brillantes que parecía contener las imágenes de aquel trágico día.

¿He dicho ya mi nombre? No, creo que no. Siempre he querido tener un nombre atrevido, uno exótico, nada común, pero a mi madre le pareció bien llamarme Daniel, y en el fondo acertó, ya que una persona debe de tener un nombre acorde con su vida, y yo no es que tuviera una vida llena de aventuras, no, todo lo contrario, era una vida aburrida, monótona y común, y mi nombre reflejaba como era mi vida, una vida de desaventuras, sin emociones, sin novedades, sin amigos, sin experiencias, resumiendo, una vida de mierda, aunque algo de luz asomaba entre tanto excremento: he podido encontrar el amor, aunque me lo hayan arrebatado y me halle en estos momentos sin él. Pero no nos centremos, ni en mi nombre ni en mi vida, centrémonos, por favor, en mi historia:

Cuando me recuperé del shock que me habían causado los recuerdos, fui a la cocina a comer algo, y me senté en el comedor a ver la tele. La casa estaba completamente a oscuras, había sombras por todos lados y yo me encontraba en la esquina del sofá, encogido, e intentando no pensar, hasta que me dormí. Serían las dos de la madrugada cuando desperté de un sobresalto, algo me había tocado. Miré a ambos lados, pero no vi a nadie. –Ha sido solo mi imaginación- pensé- No es real. Corrí aterrado a mi cuarto, sentía que algo iba tras mis pasos, pero no había nadie allí, solo yo. Cerré la puerta y me metí dentro de las sábanas para intentar dormir pero, de repente, algo, o alguien  abría poco a poco la puerta. Unos pasos cortos pero ágiles se acercaban a mí, hasta que se posaron justo al pie de mi cama, a mi espalda. Cada vez estaba más inmóvil, aumentaba mi sudoración y la respiración se aceleraba. No podía oír a nadie, solo mi elevada respiración, mas ese ser estaba ahora tumbado y abrazado a mi.  No me atreví a girar la cabeza por miedo a lo que me pudiera hacer. Podía sentir su aliento en mi nuca, su aura entrelazarse con la mía. Aún así cerré con más fuerza aún los ojos y pensé de nuevo: ¡Sólo es un sueño! ¡Nada de esto es real! ¡Fuera! ¡Vete de aquí! Era extraño, aquella “cosa” que se encontraba a mi lado me resultaba familiar, su olor, su aliento, pero apenas podía pensar en ello. Tanta tensión corría por mi cuerpo que hizo que me desmayara allí mismo, en mi propia cama, junto a aquel cúmulo de aire desconocido.
Al día siguiente me desperté temblando, recordando los momentos de tensión y terror que sentí aquella misma noche. ¿Habría sido un sueño? –Pensé- Sí, podría haberlo sido, pero cometí un error: giré la cabeza. Allí mismo, justo donde se había posado aquel ser, había una nota, escrita a mano, y con una caligrafía aterradoramente familiar:


Querido y bien amado  Daniel,

Era yo desde el principio. He querido venir y poder dormir contigo una noche más. Hace tanto tiempo que no estábamos tan unidos como anoche…
Me duele dejarte, créeme,  pero he de marchar. No llores por mí, pues no hay por qué hacerlo. Eres la persona más importante que ha estado en mi vida, y por eso siempre te llevaré en mi corazón. Me ha encantado pasar la última noche contigo, aunque tu no supieras que era yo la que estaba abrazada junto a ti. Ya sabes que no hay marcha atrás. Esto es un adiós para siempre. No fue culpa tuya, no te atormentes más.
Un fuerte e inolvidable abrazo,

Marga, tu esposa.


Mis ojos se llenaron de lágrimas al leer estas palabras. No podía creer lo que estaba leyendo, ¡era imposible! No creáis que estoy loco, pero es cierto que lo viví. Que te escriba tu esposa una carta de despedida es normal, diréis algunos; jajaja ¡menudo pringado: te ha dejado tu mujer! pensaréis otros; pero no os reirías si supierais que
mi mujer murió hace un mes en aquel trágico  accidente de coche, cuyo único culpable era yo –aunque ella diga lo contrario-, y cuyas imágenes se repetían una y otra vez en mi cabeza, martirizándome día a día en un cúmulo infernal de recuerdos. Todavía recuerdo mis últimas palabras hacia ella:
- No te vallas Marga, no te vallas. Por favor, no me dejes aquí…

2 comentarios:

  1. Sería precioso que ocurriesen cosas como la que cuentas. Y también que cuando nos hayamos ido podamos volver y que nos digan: "No te vayas, por favor".
    Besicos,Andrés.

    ResponderEliminar
  2. La vida en si es un sueño, ya lo dijo Calderon de la Barca y mientras vivimos seguimos teniendo sueños dentro de otros sueños como el tuyo, placenteros, gratificantes y tranquilizadores. Es la voz de tu conciencia para confirmarte que digas lo que digas no fue culpa tuya lo sucedido, como dicen en Venezuela, "nadie se muere la vispera". Venimos a este mundo con el billete de vuelta adosado en el adn, con el localizador de dia y hora y no hay manera de cambiarlo.

    Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar